LEYENDA DEL ACUEDUCTO
El
Acueducto de Morelia se fundó en 1549. La obra actual se construyó bajo
el mando del Obispo Antonio de San Miguel, 1785. El Acueducto llevaba
el agua hasta el límite de la ciudad. Tiene 253 arcos de medio punto,
con una altura de casi diez metros, tiene más de 1.700 metros. A tenido varias reconstrucciones, en 1910 se cambió el curso del agua y en 1998 se restauró. Es uno de los más bellos e importantes acueductos de México. Uno
de los arcos, sirve de pórtico a la calzada de Guadalupe. Algunos
asientos sirven para el descanso a la sombra de los frondosos fresnos. Muy
cerca se encuentra el Santuario de Guadalupe con su cúpula bizantina.
Alrededor se contemplan las casas señoriales, antiguas, con sus balcones
labrados en piedra y con sus rejas protectoras. Entre estas casas, hay
una donde vivía un noble hidalgo muy pobre, su padre había sido camarero
y guardia de don Felipe V. Luego, él también había tenido un cargo de
honor, creando envidias de los criados y favoritos, hasta tal punto que
tuvo que refugiarse en esta casa de la Nueva España en el lugar, ciudad, que
entonces se llamaba Valladolid. Don Juan Núñez de Castro, llegó a vivir
a esta ciudad con su segunda esposa, Doña Margarita de Estrada y
también con su hija, del primer matrimonio, Leonor. Su esposa, arruinó a
Don Juan, ella era una mujer muy ambiciosa y se dedicó al lujo y el
despilfarro.
Dicen
que su hija Leonor, era guapísima, rubia, de ojos azules, delgada,
elegante, dulce... Doña Margarita, tenía a su esposa y a su hija,
atemorizados.
Leonor se la pasaba en casa sin salir, lavando, en la cocina y sin ver la calle. No podía ni siquiera salir a mirar por el balcón.
Un día, llegó a Morelia un virrey, era Semana Santa, y viéndola postrada en los monumentos, quedó prendado de Leonor. Ella lo miró
y
aunque nada se dijeron, recibió una carta concertando una cita con el
galán, para versen a las ocho de la tarde en la reja del sótano,
lugar donde la encerraba doña Margarita para que nadie viera a su hija.
El
apuesto mozo que era don Manrique de la Serna y Frías, español, oficial
mayor de la secretaría del virreinato, inteligente, obediente,
buen mozo y con buen sueldo en la corte, se hizo ilusiones para obtener la mano de Leonor, aunque doña Margarita se opusiera.
Pero para ello tenía que verla, hablar con ella y estar seguro de la voluntad de Leonor. ¿Conseguiría su amor? Para ahuyentar a los curiosos y a los duendes y aparecidos, pintó en el rostro del paje una calavera y lo vistió de dieguito, y se paseaba de un lado a otro por
la
calzada de Guadalupe, como si fuera un verdadero aparecido. Eran las
ocho de la tarde-noche, cuando clamaban las campanas en los campanarios
de las iglesias, como era la costumbre. Se
hizo el silencio, la aparente alma en pena se paseaba cerca del muro
donde se encontraba la reja del sótano, lugar en que había quedado para
platicar doña Leonor. A esa hora la gente se metía en casa asustada.
Pero Doña Margarita que era una mujer muy osada y maliciosa, quiso
averiguar qué pasaba... Y fue ella que cerró por fuera el sótano cuando
Don Manrique y Leonor platicaban acerca de cómo deberían organizar su
boda para pedir a Don Juan la mano de su hija. Don Manrique saldría al
día siguiente con su comitiva para México. Pero Doña Leonor, no podría
ya salir de aquella cárcel. La puerta estaba cerrada.
Nadie notó su ausencia, ni siquiera su padre que se ausentó por unos días a una hacienda.
Doña
Leonor, no quería morir de hambre, y por la reja sacaba su mano
pidiendo una limosna, un pedazo de pan, los transeúntes se apiadaban de
ella y por caridad le dejaban su limosna.
Un
día, regresó don Manrique, era la fiesta del Corpus Christi, la Sagrada
Forma iba en procesión por las calles y llegaron a la puerta de Don
Juan, Don Manrique traía la carta del virrey que pedía la mano de
Leonor. Don Juan, llamó a Doña Leonor. Su esposa no estaba en
casa,
nadie respondía, los sirvientes conocían el dolor de Doña Leonor, por
fin encontraron el escondite. Al abrir la puerta vieron que
Doña
Leonor estaba muerta. Todos quedaron presos, el padre, la madrastra y
los sirvientes. Manrique envolvió su cuerpo con el traje
blanco
de boda y la dio sepultura en la iglesia de San Diego. Pasó el tiempo, y
cuentan que al caer la tarde, en la reja del sótano de esa misteriosa
casa donde vivió Doña Leonor, asomaba una mano muy pálida y descarnada,
implorando un pedazo de pan, una caridad por el Amor de Dios. Son
historias verdaderas que se convierten en leyendas.
Fray Antonio de San Miguel
Existe entre la gente otra historia misteriosa acerca del
Acueducto. Dicen que el Obispo de Michoacán Fray Antonio de San Miguel,
pidió una limosna a los españoles que vivían en Valladolid. Estos
vecinos acaudalados y avaros, se pusieron de acuerdo para no dar esa
limosna al Obispo. Pero a la vez, querían quedar bien con él. Se
reunieron y le dijeron que tenían su oro en la Caja del Tesoro de la
ciudad de México y que no podían sacarlo hasta dentro de un mes. Don
Gonzalo del
Roble
le dijo al Obispo que si la obra se terminaba en Septiembre, el día
veintinueve de Septiembre, día de San Miguel Arcángel, le darían la
limosna que les pedía.
Faltaban
arcos por terminar y parecía imposible concluir tal obra en un mes.
Prometieron, los españoles, pagar al obispo los gastos si para tal día
estuvieran terminados. Muy
triste se quedó el Obispo, pensando que era imposible concluirlo para
ese día. No obstante llamó a los albañiles y operarios para que se
pusieran a trabajar. Y así lo hicieron con verdadero empeño.
Cinco días faltaban para la fecha prevista y una gran desgracia
aconteció. Los trabajadores se enfermaron de un extraño mal.
Tuvieron que suspender sus trabajos. Pero dicen, que a las
doce de la noche, esa tristeza se convirtió en miedo, faltaban
ocho arcos por terminar y era la víspera de San Miguel, por
todo Valladolid, se escuchó un fuerte martilleo de cinceles,
un trajín de animales de carga, andamios, ruidos, carros, idas
y venidas por la ciudad... Ningún vecino se asomó a ver que
pasaba por miedo, la gente lo escuchó desde sus casas.
Fue una larga y trabajada noche inolvidable. Nadie quería
salir de sus recámaras.
Pero
alguien llegó a Valladolid y vieron cómo el agua llegaba a la ciudad a
través del Acueducto, los arcos estaban terminados, nadie lo podía
explicar.
Aquellos
hipócritas que habían negado su dinero, sacaron cuanto tenían en bolsas
de oro y se lo llevaron al Obispo, temerosos de que Dios les castigara.
Pero el Obispo, bueno y generoso, no lo necesitó porque el milagro se
había obrado y el Obispo que tenía sus cajas fuertes vacías de dinero,
al abrirlas también estaban llenas. Dios quiso favorecer ampliamente a la gente de este hermoso lugar de Morelia.